Adán y Eva, a quienes Dios creó en el principio, eran personas santas, es decir, que mientras estuvieron en el jardín del Edén fueron santos; no estaban manchados con la inmundicia. También eran fieles a Jehová y no sabían nada de la traición a Jehová. Esto era así porque no tenían la perturbación de la influencia de Satanás; no tenían el veneno de Satanás y fueron los más puros de toda la humanidad.