“Dios, Tu obra es tan práctica, tan llena de justicia y santidad. Has estado obrando pacientemente por tanto tiempo, todo por nosotros. En el pasado, yo creía en Dios, pero no tenía una manera humana. Te desobedecí y herí Tu corazón sin saberlo. Me siento lleno de vergüenza y arrepentimiento y estoy en deuda contigo. Sólo ahora me doy cuenta de ello. […] Sin Tu severo juicio, no lo habría hecho hoy y, frente a Tu genuino amor, te estoy agradecido y en deuda contigo. Fue Tu obra lo que me salvó y causó que mi carácter cambiara. Sin tristeza y dolor, mi corazón está lleno de felicidad” (‘Oh Dios, el amor que me has dado es demasiado grande’ en “Seguir al Cordero y cantar nuevos cánticos”). Cada vez que canto esta canción, pienso en la salvación de Dios para mí a lo largo de todos estos años, y estoy lleno de gratitud hacia Él. Fue el juicio y castigo de Dios lo que me cambió. Hizo que yo —un hijo arrogante, ambicioso y rebelde— pareciera un poco más humano. ¡Sinceramente doy gracias porque Dios me ha salvado!
Nací en el campo. Como mi familia era pobre y mis padres eran honestos, a menudo eran engañados. Desde que era pequeño, la gente me ha menospreciado, y los golpes y las burlas se convirtieron en algo común. A menudo, esto me hacía sentir triste hasta el punto de llorar. Puse todo lo que tenía en mis estudios para ya no tener que vivir ese tipo de vida, para que en el futuro yo pudiera tener un puesto de funcionario gubernamental, tener algún mando, y que todo el mundo me admirara. Pero tan pronto como terminé la escuela media y me preparaba para el examen de ingreso a la escuela secundaria, comenzó la Revolución Cultural. Los Guardias Rojos se sublevaron, los trabajadores se pusieron en huelga, los estudiantes salieron a las calles. En aquellos días, la revolución lo impregnaba todo. Fue un pandemonio, la gente estaba en pánico y el sistema de examinación de ingreso a la universidad fue prohibido. Por lo tanto, perdí la oportunidad de examinarme para ingresar en una escuela. Estaba devastado: me sentía tan mal como si me hubiese enfermado gravemente. Luego, pensé: Aunque no puedo presentarme a examen para ingresar en la escuela o convertirme en funcionario del gobierno, trabajaré duro para ganar dinero. Mientras tenga dinero, la gente me tendrá en alta estima. A partir de ese momento, buscaba por todas partes maneras de ganar dinero. Como mi familia era pobre, yo no tenía fondos para montar un negocio. Me las arreglé para pedir prestado 500 yuanes a algunos familiares y amigos con el fin de montar un negocio de venta de cerdo asado. En ese momento la carne costaba sólo setenta centavos el medio kilo, pero después de comprar el equipo que necesitaba, lo que quedó de esos 500 yuanes no era suficiente. Cada vez que ingresaba algo de dinero, lo invertía directamente en el negocio. Tan pronto como ganara dinero pagaría mi deuda. Soporté muchas dificultades para poder llevar una mejor vida que los demás. Desde la mañana hasta la noche, no tenía tiempo libre. Después de varios años de duro trabajo, mis habilidades se refinaban cada vez más, y mi negocio fue creciendo cada vez más. Mi familia rápidamente se volvió más acomodada y mucha gente me miraba con envidia.
En la primavera de 1990, había alguien en nuestra aldea que me hablaba de creer en Jesús. Escuché unos cuantos sermones por curiosidad, y vi que cuando el hermano que predicaba hablaba, muchas personas lo admiraban. Me sentí sumamente envidioso de esas miradas de admiración hacia él y de que la multitud lo rodease y admirase. Pensé para mí mismo: Si pudiera convertirme en alguien así, no sólo todos me adorarían, sino que podría obtener la gracia del Señor y ser recompensado por Él. ¡Eso sería tan maravilloso! Movido por estos pensamientos, empecé a creer en el Señor Jesucristo y me uní a una iglesia clandestina. Después de eso, me empeñé con ahínco en estudiar la Biblia, particularmente buscando conocer la Biblia, concentrándome en memorizar algunos pasajes, y muy rápidamente me sabía de memoria muchos capítulos y versículos famosos. Leí el capítulo 16, versículo 26 del Evangelio de Mateo, donde el Señor Jesús dijo: “Pues ¿qué provecho obtendrá un hombre si gana el mundo entero, pero pierde su alma? O ¿qué dará un hombre a cambio de su alma?”. Luego también leí sobre el llamado del Señor Jesús a Pedro, y que, inmediatamente, este abandonó sus redes de pesca y siguió al Señor Jesús. Me dije a mí mismo: Tener suficiente dinero para vivir está bien; si ganara más, ¿de qué me serviría cuando muera? Si quiero ganarme la alabanza del Señor, tengo que seguir el ejemplo de Pedro. Así que dejé mi negocio y empecé a ocuparme dentro de la iglesia a tiempo completo. Yo era muy apasionado en aquel momento y, entre mis parientes y amigos, en poco tiempo ya había evangelizado a 19 personas, que luego aumentaron a 230 por medio de esas 19. Entonces leí las palabras del Señor Jesús: “No todo el que me dice: ‘Señor, Señor’, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7:21). Me sentí aún más satisfecho conmigo mismo. Basándome en lo que entendía del significado literal de Sus palabras, creí que yo ya estaba siguiendo el camino del Señor, que estaba en la vía de seguir la voluntad del Padre celestial y que, en la siguiente era cuando el reino de Dios se hiciera realidad, yo reinaría como un rey sobre la tierra. Bajo el dominio de este tipo de ambición, mi entusiasmo se hizo aún mayor. Establecí con determinación que yo tenía que seguir las palabras de Jesús que dicen “Amaras a tu projimo como a ti mismo” y “ser tolerante y paciente”, así como predicar con el ejemplo, y no temer el sufrir dificultades. A veces, cuando visitaba las casas de los hermanos y hermanas, les ayudaba a llevar agua, a encender hogueras y a hacer trabajos agrícolas. Cuando estaban enfermos, iba a visitarlos. Cuando no tenían suficiente dinero, les ayudaba con mis ahorros; ayudaba a quienquiera que estuviera pasando por dificultades. Rápidamente obtuve la alabanza de todos los hermanos y hermanas, así como la confianza de los líderes superiores de la iglesia. Un año más tarde fui promovido para ser líder de la iglesia, para pastorear 30 iglesias. Estaba administrando como a unos 400 creyentes. Una vez que obtuve esta posición, me sentí muy bien. Sentí que todo mi arduo trabajo y esfuerzo finalmente habían dado resultados, pero, al mismo tiempo, creé un ideal aún más elevado en mi corazón: buscar una posición más alta, ganarme la alabanza y la adoración de más gente. A lo largo de otro año de duro trabajo, me convertí en un líder de iglesia de alto nivel, liderando a compañeros de trabajo en cinco condados, pastoreando 420 iglesias. Después de eso tuve más temor de holgazanear, por lo que presté especial atención a mi buen comportamiento superficial, y a establecer mi imagen entre mis compañeros de trabajo y hermanos y hermanas. Para obtener la aprobación de los compañeros de trabajo y que los hermanos y hermanas me admiraran, me opuse a las comidas extravagantes dentro de la iglesia, y prohibí todo contacto entre miembros del sexo opuesto y las prácticas no saludables. Mi “rectitud y sentido de la justicia” obtuvieron apoyo y aprobación de los compañeros de trabajo y otros hermanos y hermanas. Mi naturaleza arrogante también creció y se volvió más incontrolable. Encima de todo eso, conocía algunos de los pasajes más comunes de la Biblia de punta a cabo y, cuando me reunía con algunos de los líderes de la iglesia de un nivel inferior y compañeros de trabajo y les predicaba, podía recitar pasajes sin mirar mi Biblia simplemente basándome en los números del capítulo y del versículo. Los hermanos y hermanas me admiraban de verdad, así que siempre tenía la última palabra en la iglesia. Todos me escuchaban. Siempre pensaba que lo que yo decía era lo correcto, que poseía una comprensión elevada. Ya fuera la gestión de la iglesia, la separación de las iglesias en secciones o la promoción de líderes de iglesias y compañeros de trabajo, yo nunca discutía las cosas con los demás. Lo que decía siempre era tomado en cuenta; realmente tenía el reinado de un rey. En aquellos tiempos disfrutaba muy especialmente de pararme en el púlpito, y de hablar elocuente e interminablemente y, cuando todo el mundo me miraba con admiración, ese sentimiento de estar encima del mundo me encantaba y me hacía olvidarme de todo. Lo sentía particularmente cuando leía el capítulo 12, versículos 44-45 del Evangelio de Juan: “Jesús exclamó y dijo: El que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado. Y el que me ve, ve al que me ha enviado”. También lo sentía cuando leía el capítulo 3, versículo 34: “Porque aquel a quien Dios ha enviado habla las palabras de Dios, pues El da el Espíritu sin medida”. Realmente me deleitaba en esto, y creía descaradamente que había sido enviado por Dios, que Dios me había conferido el Espíritu Santo y que la voluntad de Dios se expresaba a través de mí. Yo creía que, porque podía interpretar las escrituras, podía comprender “misterios” que otros no podían, que yo podía ver connotaciones que otros no podían. Sólo me preocupaba el estar cada vez más inmerso en el placer que me provocaba mi posición, y me olvidé por completo de que yo era sólo una creación, de que yo era simplemente un recipiente de la gracia del Señor.
A medida que la iglesia continuaba creciendo, mi reputación también crecía, y dondequiera que iba era perseguido por la policía por participar en actividades religiosas no autorizadas. Debido a esta persecución del gobierno, no me atrevía a regresar a mi casa. Podía esconderme por algún tiempo, pero no por siempre y, en una ocasión, fui atrapado por la policía cuando regresé a buscar algo de ropa. Fui condenado a tres años de reeducación a través del trabajo. Durante esos tres años me sometieron a toda clase de crueles persecuciones y torturas. Los días verdaderamente se sentían como años, y sentía como si me hubiesen despellejado y quitado una capa de piel de la cabeza a los pies. Pero después de que fui dejado en libertad, seguí predicando el evangelio con plena confianza, igual que siempre, y también fui restituido a mi posición original. Después de otros seis meses, fui detenido nuevamente por el gobierno local y sentenciado a otros tres años de reeducación a través del trabajo. Después de torturarme de todas las maneras posibles, me ubicaron en un centro de detención por otros 70 días. Después de eso, me metieron en un campo de trabajo donde cargaba ladrillos. En aquel entonces era el séptimo mes lunar y el clima era sofocante. La temperatura en el horno era de alrededor de 70 grados centígrados y tenía que hacer más de 10.000 ladrillos por día. Mi hambre combinada con esta cruel tortura previa, me habían dejado el cuerpo extremadamente debilitado. Ya no podía soportar físicamente ese tipo de trabajo en el calor, pero a los guardias despiadados no les importaba nada de eso. Cuando no podía cumplir con mis tareas me esposaban las manos a la espalda, me obligaban a arrodillarme y me colocaban botellas en las axilas y detrás de las rodillas. Luego me golpeaban con picanas eléctricas hasta que las esposas se enterraban profundamente en mi carne. Era un dolor inimaginable. Sometido a este tipo de tortura cruel, sólo había completado siete días de trabajo cuando me desmayé dentro del horno. No fui rescatado hasta 52 horas después, pero me había convertido en un vegetal. Aparte de estar consciente y de poder ver y escuchar, no podía hacer nada. No podía comer, hablar, caminar o incluso usar el baño. Después de haber sido destruido de esta manera por el Partido Comunista, mi naturaleza arrogante había sido en gran medida derrotada. Aquella energía de poder y arrogancia que yo tenía en la iglesia simplemente desapareció. Me había vuelto oscuro y pesimista; vivía en medio de un sufrimiento y un desamparo sin límites. Más tarde, la gente en el centro de detención se le ocurrió una idea retorcida y buscaron a un médico que creara registros falsificados en los que se dijera que yo tenía un “trastorno genético”. Llamaron a mi esposa e hicieron que viniera a buscarme para llevarme a casa. Para poder tratar mi estado, todo en nuestra casa se vendió y, cuando mis familiares venían a verme, eran sarcásticos, groseros y me ridiculizaban. Frente a esta situación, me desanimé y sentí que el mundo era demasiado oscuro, que el afecto familiar o amor entre las personas no existía, que sólo existía cruel persecución y difamación… Viviendo la tortura de esta dolorosa enfermedad, no había esperanza en mi vida y no sabía cómo podría continuar.
Justo cuando me estaba hundiendo en la desesperación, Dios Todopoderoso me extendió una mano de salvación. Más de un mes después de haber regresado a casa, dos hermanos vinieron a predicarme el evangelio de Dios de los últimos días y dijeron que Él estaba trabajando en una nueva etapa de Su obra, Su segunda encarnación para salvar a la humanidad. En aquel momento no lo creí en absoluto, pero como no podía hablar, busqué algunos pasajes en la Biblia para mostrarles. Así fue como yo los refuté. Me respondieron amablemente: “Hermano, cuando crees en Dios, debes mantener un corazón de humilde búsqueda. La obra de Dios es siempre nueva; siempre está avanzando, y Su sabiduría no puede ser comprendida por la humanidad, así que no podemos enfrascarnos demasiado en el pasado. Si te aferras a la obra de Dios en la Era de la Gracia, ¿podrás entrar en la Era del Reino? Por no mencionar que todo lo que el Señor Jesús dijo en la Biblia tiene su propio significado y contexto”. Entonces, ellos abrieron las palabras de Dios Todopoderoso para que yo las leyera, y después de eso buscaron muchas profecías en la Biblia acerca de la obra de Dios en los últimos días para que yo las leyera. A través de las palabras de Dios y de la comunicación con los hermanos, llegué a comprender el significado del nombre de Dios, la verdad interna en Sus tres etapas de Su obra, Su propósito en Su gestión de la humanidad, los misterios de Sus encarnaciones, la verdad interna en la Biblia, y más. Estas eran cosas de las que nunca había oído hablar en mi vida, y también eran misterios y verdades a los que yo no había sido receptivo cuando estuve trabajando duramente en el estudio de la Biblia durante todos esos años. Lo escuché con gusto; estaba totalmente convencido. Después de eso, los hermanos me dieron un libro de las palabras de Dios, y me dijeron: “Cuando te sientas mejor, puedes predicar el evangelio a tus compañeros de trabajo y hermanos y hermanas”. Acepté con alegría el libro de las palabras de Dios. En ese momento, sólo podía estar acostado en la cama todo el día y leer las palabras de Dios. Sentí un anhelo y una alegría como la que siente un pez que regresa al agua. Lo leía todos los días, y oraba todos los días. Al poco tiempo, mi salud fue mejorando gradualmente. Podía salir de la cama y caminar un poco, y era capaz de ser cada vez más independiente en mi vida. Después de eso yo estaba viviendo la vida de la iglesia en mi casa, y celebraba reuniones dos veces por semana.
No me había imaginado que en mi futura vida en la iglesia mi carácter arrogante sería expuesto con tanto detalle. Por medio de Sus palabras y varias personas, hechos y cosas, por medio de Su juicio y castigo, Su forma de tratar conmigo y podar aspectos de mí, Dios hizo que mi corazón arrogante y rebelde fuera desfalleciendo poco a poco. En una ocasión la iglesia organizó que una muchacha joven de 17 o 18 años viniese a reunirse conmigo. Ella era la hija de un hermano de mi denominación original y, antes, cuando yo era líder de la iglesia, había visitado su casa con frecuencia. Pensé para mí mismo: ¿Qué sucede con los arreglos del líder de la iglesia? Poner a una niña para que me guíe, ¿acaso me están menospreciando? Bajo el dominio de mi naturaleza arrogante, le dije con desdén: “He creído en Dios durante más años que los que tú has vivido. Cuando solía ir a tu casa tenías unos pocos años. En ese entonces yo jugaba contigo, pero ahora vienes a guiarme…”. La hermanita enrojeció por lo que yo había dicho, y no se atrevió a volver nunca más. La semana siguiente vino una hermanita diferente. También era muy joven y era de la aldea vecina. No dije nada, pero pensé: Ya sea por el número de años o por las calificaciones de mi creencia en Dios, el conocimiento de la Biblia o la experiencia en el gobierno de la iglesia, ¡yo soy mucho mejor que tú en todos los aspectos! Por tu edad, puedo deducir que has sido creyente durante tres o cuatro años a lo sumo. Yo he creído por 21 años. ¿Cómo puedes estar calificada para venir a guiarme?… Pero ¿quién diría que esta hermanita en realidad era muy elocuente? —habló con franqueza y firmeza—. Al reunirse conmigo, enseguida abrió las palabras de Dios y leyó en voz alta: “A algunas personas […] les gusta pronunciar discursos y trabajar fuera. Les gusta reunirse y hablar; les gusta que las personas los escuchen, los adoren, los rodeen. Les gusta tener estatus en el corazón de los demás y aprecian que otros valoren su imagen. […] Si de verdad ella se comporta así, basta para mostrar que es arrogante y engreída. No adora a Dios en absoluto; busca un estatus elevado y quiere tener autoridad sobre otros, poseerlos, tener estatus en el corazón de ellos. Esta es una imagen clásica de Satanás. Lo que destaca de su naturaleza es la arrogancia y el engreimiento, la negativa a adorar a Dios, y un deseo de recibir la adoración de los demás” (‘Cómo conocer la naturaleza del hombre’ en “Registros de las pláticas de Cristo”). Las palabras de Dios perforaron mi corazón como una espada, asestándome un golpe directo. Fue una revelación incisiva de mis despreciables intenciones y feo comportamiento en cuanto a las acciones de mi creencia en Dios, así como en lo referente a la verdadera esencia de mi naturaleza. Estaba lleno de vergüenza y no quería nada más que desaparecer. En cuanto a lo que fue expuesto en las palabras de Dios, cuando pensé en lo que revelé, sólo entonces me di cuenta de que mi naturaleza era demasiado arrogante y que, en esencia, estaba siendo hostil a Dios. En el pasado, para que la gente me respetara y me admirara, para ser alguien a cargo de los demás, para estar en un nivel más alto, trabajé duro en la lectura de la Biblia y puse todo mi empeño en equiparme con el conocimiento de la Biblia. Debido a ello, logré un estatus y un título con los que sólo había soñado, así como el apoyo de todos. Obtuve gozo de la admiración de los demás, y predicaba para satisfacer mi propia vanidad. A través de mi monopolio en el poder, me revelé y presumí. Siempre estaba feliz de disfrutar de la sensación de estar en la cima del mundo cuando me hallaba de pie en el púlpito, e incluso, sin vergüenza, usé pasajes de la Biblia para dar testimonio de mí mismo y elevarme. Creía que había sido enviado por Dios. Yo era insoportablemente arrogante. Ese día, menosprecié a esa hermanita, usando mis muchos años de predicación como capital. Yo creía que, porque había creído en Dios por más años y tenía un mayor conocimiento de la Biblia, una mayor experiencia en la gobernanza de la iglesia, yo era mejor que nadie. No tenía mucha consideración por nadie, y subestimé y desprecié a esas dos hermanas. Cuando hablaba hería a los demás y perdía arrogantemente mi sentido y humanidad. Sólo entonces me di cuenta de que mis búsquedas se resistían a Dios y se oponían a Él. Luchaba contra Dios por el estatus. La esencia de mi naturaleza era la imagen clásica de Satanás. Frente a las palabras de Dios, no podía no estar convencido. Oré a Dios, diciendo: “Oh Dios, soy demasiado arrogante. Cuando tuve estatus fui superior y poderoso, y cuando no tuve estatus seguí sin escuchar a nadie. Usé mis viejas credenciales y autoridad para gobernar a la gente, para menospreciarla. ¡Soy tan desvergonzado! Hoy he recibido Tu salvación. Estoy dispuesto a aceptar la revelación y el juicio en Tus palabras”.
Después de eso, la hermana volvió a abrir el libro en un pasaje de las palabras de Dios para que yo las leyera. Estas decían: “[…] el sentido del hombre ha perdido su función original, y que también la conciencia del hombre ha perdido su función original. El hombre que Yo veo es una bestia con traje humano, es una serpiente venenosa, y no importa lo lastimoso que pretenda aparecer ante Mis ojos, nunca seré misericordioso con él, porque el hombre no ha captado la diferencia entre lo negro y lo blanco, la diferencia entre la verdad y lo que no es verdad. El sentido del hombre está en extremo entumecido, pero aun así sigue deseando obtener bendiciones; su humanidad es en extremo innoble, pero aun así sigue deseando obtener la soberanía de un rey. ¿De quién podría ser rey con un sentido como ese? ¿Cómo puede alguien con una humanidad como esa pretender sentarse sobre un trono? ¡El hombre en verdad no tiene vergüenza! ¡Es un desgraciado engreído! Para aquellos de vosotros que deseéis obtener bendiciones, os sugiero que primero encontréis un espejo y miréis vuestra propia y fea reflexión. ¿Posees lo que se requiere para ser un rey? ¿Acaso tienes la cara de alguien que pueda obtener bendiciones? No ha habido el más mínimo cambio en tu carácter, ni has puesto ninguna verdad en práctica, pero aun así deseas un maravilloso mañana. ¡Te estás haciendo de ilusiones!” (‘Tener un carácter inalterable es estar en enemistad con Dios’ en “La Palabra manifestada en carne”). Después de oír las palabras de Dios, no pude evitar que las lágrimas me recorrieran el rostro. Sentí que cada frase de las palabras de Dios agarraba mi corazón, sentía plenamente Su juicio y me sentía particularmente avergonzado. Escena tras escena de mi vergonzosa búsqueda por reinar como un rey en mi antigua iglesia aparecieron frente a mí: entre los hermanos y hermanas, yo era superior y poderoso, daba órdenes a la gente que me rodeaba, yo quería controlarlo todo, y no sólo no traje a los hermanos y hermanas ante Dios para ayudarlos a conocerlo, sino que los llevé a tratarme como si yo fuese tan superior, tan grandioso… Cuanto más pensaba en ello, más sentía que mis acciones asqueaban a Dios, que yo era repugnante, que yo no era merecedor de nada y que había decepcionado a los hermanos y hermanas. En ese momento me sentí inmensurablemente avergonzado. Vi que el precio que había pagado por mis deseos ambiciosos no valía nada. Mi búsqueda desesperada de estatus y de admiración de parte de los demás era absurda. Estaba corriendo apurado día y noche; soporté dificultades, trabajé duro y fui a la cárcel. Fui perseguido y torturado, y estuve medio muerto. Todo esto no me hizo tener un entendimiento de Dios; por el contrario, mi arrogante naturaleza fue creciendo cada vez más, fui teniendo a Dios en la mira cada vez menos hasta el punto de que me atreví a pensar delirantemente que yo podría reinar como rey cuando el reino de Dios se hiciera realidad. Al mismo tiempo, también me di cuenta de que cuando fui perseguido por el Partido Comunista en mi iglesia anterior, Dios estaba usando eso para hacerme más capaz de aceptar Su obra en los últimos días. De otra manera, basado en mi prestigio y estatus en mi iglesia anterior, basado en el hecho de que no mantenía a Dios dentro de mi mira y en mi insoportable carácter arrogante, yo definitivamente no habría sido capaz de desapegarme fácilmente de mi posición y aceptar a Dios Todopoderoso. ¡Definitivamente me habría convertido en un siervo malvado que obstaculizaba el regreso de otros a Dios, que se oponía a Dios y que al final sufriría Su castigo! No pude hacer otra cosa que darle gracias a Dios desde el fondo de mi corazón por Su salvación, y Su gran perdón hacia mí. Así que me volví mucho más discreto a causa de lo que se había revelado de mí a través de las palabras de Dios, y ya no me atreví a ser tan impudente e irrazonable con los hermanos y hermanas.
Bajo el cuidado y la protección de Dios, mi enfermedad mejoró gradualmente. Aunque no podía hablar con claridad, podía montar en bicicleta y hacer un poco de trabajo en asuntos generales. Sin embargo, debido a que mi naturaleza arrogante estaba tan profundamente arraigada, Dios una vez más hizo arreglos para que nuevas personas y cosas me juzgaran y cambiaran. Un día, el líder de la iglesia organizó que yo asumiera algunos deberes de hospitalidad. Después de escuchar esto me sentí muy poco dispuesto a hacerlo. Creía que actuar como anfitrión era un desperdicio de mis habilidades, pero tampoco podía negarme, así que acepté de mala gana. Mientras estaba dando acogida, algunos hermanos y hermanas se reunían en mi casa y me hacían vigilar la puerta para salvaguardar nuestro entorno. Una vez más, mis pensamientos internos surgieron: Sólo actuando como un anfitrión, vigilando la puerta, ¿qué voy a ganar de esto? Recordé el pasado. Cuando estaba detrás del púlpito era tan altivo, pero en mi deber de hoy día no tenía ningún prestigio ni ningún estatus. ¡Mi rango era tan bajo! Así que después de un período de tiempo, mi resistencia interna se hizo cada vez mayor, cada vez me sentía más agraviado, y ya no estaba dispuesto a seguir cumpliendo con ese deber. Cuando la líder de la iglesia llegó más tarde, yo ya no podía seguir callando, y le dije: “Tienes que asignarme otro deber. Todos vosotros estáis predicando el evangelio y cuidando de la iglesia, pero yo estoy en casa actuando como un anfitrión y vigilando la puerta, ¿qué voy a obtener en el futuro?”. Esa hermana sonrió y me dijo: “Estás equivocado. Ante Dios, no hay deber mayor o menor, no hay mayor o menor estatus. No importa qué deber estemos realizando, cada uno de nosotros tiene una función. La iglesia es toda una unidad con diferentes funciones, pero es un solo cuerpo. Veamos un pasaje de las palabras de Dios”. Entonces ella me leyó este pasaje: “En la corriente actual, todas las personas que aman verdaderamente a Dios tienen la oportunidad de que Él las perfeccione. Sean jóvenes o ancianas, mientras mantengan en sus corazones una obediencia a Dios y reverencia hacia Él, podrán ser perfeccionadas por Él. Dios perfecciona a las personas según sus diferentes funciones. Siempre que hayas hecho todo lo que está en tu fuerza y te sometas a la obra de Dios, podrás ser perfeccionado por Él. Ahora, ninguno de vosotros es perfecto. En ocasiones sois capaces de llevar a cabo un tipo de función, y a veces dos; mientras deis toda vuestra fuerza a Dios y os eroguéis por Él, seréis a la larga perfeccionados por Él” (‘Acerca de que todos cumplan su función’ en “La Palabra manifestada en carne”). Después de escuchar estas palabras de Dios y la comunicación de la hermana, mi corazón se aquietó y se iluminó, y pensé: Resulta que Dios perfecciona a las personas con base en la función diferente de cada individuo. Él no mira si las personas tienen estatus o no, o qué tarea desempeñan; lo que Dios perfecciona es el corazón de la gente y su obediencia. Lo que Él observa es si terminan teniendo un cambio en su carácter. Independientemente del deber que desempeñen las personas, siempre y cuando lo den todo de sí y sean totalmente devotas, y si se deshacen de su propio carácter corrupto mientras cumplen con su deber, pueden ser perfeccionadas por Dios. Aunque las personas desempeñan diferentes funciones en la iglesia, la meta es siempre satisfacer a Dios. Todas cumplen el deber de una creación. Si la gente puede enfrentar a Dios y cumplir su deber sin intenciones o impurezas personales, incluso si otros menosprecian el deber que esta gente está realizando y piensan que no vale mucho, a los ojos de Dios es apreciado y valioso. Si la gente cumple con su deber para satisfacer sus propias intenciones y deseos, no importa cuán grande sea su trabajo y qué deber desempeñe, ello no agradará a Dios. Después de eso, vi estas palabras de Dios: “Como un ser creado, el hombre debe cumplir su deber, hacer lo que debe hacer, y hacer lo que es capaz de hacer, independientemente de si será bendecido o maldecido. Esta es la condición más básica para el hombre, como de uno que está en busca de Dios. No debes cumplir con tu deber sólo para ser bendecido y no te debes negar a actuar por temor a ser maldecido” (‘La diferencia entre el ministerio del Dios encarnado y el deber del hombre’ en “La Palabra manifestada en carne”). Comprendí de estas palabras de Dios que, como creación, la adoración a Dios es correcta y apropiada. Yo no debería tener mi propia preferencia, y definitivamente no debería discutir las condiciones o realizar transacciones con Dios. Si mi creencia en Dios y el cumplimiento de mi deber es para ganarme bendiciones o la corona, este tipo de creencia no es de buena conciencia ni es razonable. Se basa en una perspectiva inapropiada. Yo era reacio a realizar “pequeñas tareas” y cumplir “pequeños deberes”, ¿acaso no es eso estar todavía sujeto a la dominación de las ambiciones arrogantes de perseguir las bendiciones y ser admirado por los demás? En mi mente, yo creía que con el estatus y la autoridad podía trabajar como un líder, y que cuanto más trabajara, más feliz estaría Dios, y más recibiría yo la alabanza de Dios y más sería recompensado por Él. Así que todavía no estaba desapegado del estatus, y siempre estaba buscando hacer tareas importantes y desempeñar grandes deberes para que al final yo obtuviese una gran corona. También interpreté erróneamente la voluntad de Dios y me sentí insatisfecho con el deber organizado por la iglesia. Me quejé de ello e incluso creí que cumplir con el deber de un anfitrión era desperdiciar mis habilidades, que era una manera de menospreciarme. ¡Yo era tan arrogante e ignorante! Con el juicio de las palabras de Dios, una vez más me sentí avergonzado. Y también por la iluminación de las palabras de Dios, entendí Su voluntad. Supe qué tipo de persona le gusta a Dios, a qué tipo de persona Él perfecciona, y qué tipo de persona le repugna. Obtuve un corazón de obediencia hacia Dios. Después de eso coloqué mi voluntad delante de Dios y estuve dispuesto a ser la persona más pequeña y modesta de la iglesia, cumplir con mi deber como anfitrión, salvaguardar nuestro entorno, permitir que los hermanos y hermanas se reunieran en mi casa en paz sin ser molestados. De esta manera, consolaría el corazón de Dios.
Por medio de esta experiencia, me di cuenta de cuán grandes son las palabras de Dios, que Él ha expresado la verdad y toda Su voluntad de salvar a la humanidad. Sólo necesitamos leer diligentemente Sus palabras para entender la verdad en todas las cosas, para comprender Su voluntad, para resolver nuestras propias nociones y imaginaciones. A partir de ese instante, desarrollé más sed de Sus palabras y comencé a levantarme a las cuatro o cinco de la madrugada para leer Sus palabras. Después de algún tiempo, pude recordar una parte de Sus palabras, capté un poco de Su voluntad y realmente lo disfruté en mi corazón. Luego, había un hermano responsable de la obra del evangelio que frecuentemente se quedaba en mi casa. Varias veces cuando predicaba el evangelio y encontraba dificultades, me pedía que buscara las palabras de Dios para resolverlas. Se dio cuenta de que yo podía encontrarlas con mucha rapidez y, después de eso, en cuanto él se encontraba en problemas, me pedía que lo ayudara a encontrar algunas palabras de Dios. Realmente me admiraba. Involuntariamente, mi naturaleza arrogante comenzó a actuar de nuevo. Pensé para mí mismo: A pesar de que eres responsable de predicar el evangelio, todavía tengo que ayudarte a resolver ciertos temas. Tú no has leído la palabra de Dios tanto como yo, y no la entiendes tanto como yo. Yo ya he obtenido la verdad. Si yo estuviera a cargo de predicar el evangelio, definitivamente lo haría mejor que tú. Así que en mi corazón empecé a menospreciar a el hermano y, después de un tiempo, incluso comencé a desairarlo. Más tarde, la líder de la iglesia vino a mi casa y me preguntó: “¿Cómo has estado últimamente?”. Lleno de confianza, le respondí: “He estado bien. Leo las palabras de Dios y oro todos los días. Ese hermano ha visto que entiendo bastante bien la palabra de Dios, por lo que siempre me está pidiendo ayuda en encontrar palabras de Dios para resolver los problemas…”. La líder de la iglesia oyó la arrogancia que había en lo que dije y tomó un libro de las palabras de Dios y me dijo: “Vamos a leer algunos pasajes de Sus palabras”. Dios dice: “Porque cuanto mayor es su estatus, mayor es su ambición; cuanto más entienden de las doctrinas, más arrogante se vuelve su carácter. Si, en la creencia en Dios, no se busca la verdad, sino el estatus, se está en peligro” (‘Las personas le ponen demasiadas exigencias a Dios’ en “Registros de las pláticas de Cristo”). “Independientemente de qué verdades y qué realidad hayas oído, mientras las apliques en ti tendrás la seguridad de crecer. Si llevas a cabo estas palabras en tu propia vida, y las incorporas a tu propia práctica, definitivamente ganarás algo y cambiarás; si embuchas estas palabras en tu vientre, y las memorizas en tu cerebro, no cambiarás nunca. […]; debes establecer un buen fundamento. Si, nada más empezar, tu fundamento consiste de letras y doctrinas, vas a tener problemas. Es como cuando las personas se construyen una casa en la playa: la casa correrá peligro por alta que la edifiques, y no se mantendrá mucho tiempo en pie” (‘Para ser honesto, uno debe exponerse a los demás’ en “Registros de las pláticas de Cristo”). Después de escuchar estas palabras de Dios, me sentí completamente avergonzado. Me di cuenta de que mi propia naturaleza arrogante estaba saliendo de nuevo a luz. En mi creencia en Jesús en el pasado, me había enfocado en adquirir un conocimiento profundo y en entender teorías de la Biblia, y había usado esto como base para ser superior y poderoso, para ser cada vez más arrogante. Ahora tenía la fortuna de poder leer tanta verdad en las palabras de Dios, pero había regresado a mi viejo camino y confiaba en mi propio intelecto. Había memorizado algunas frases de Sus palabras y creía que había ganado la verdad; una vez más, me había vuelto arrogante y no escuchaba a nadie. Yo rivalizaba con otros por el estatus y competía con ellos. ¡En realidad fue tan vergonzoso! Entender las teorías de las palabras sólo puede hacer arrogante a la gente, pero sólo aquellos que conocen la verdad de las palabras de Dios podrán cambiar su carácter y vivir como un ser humano. Ese hermano había creído en Dios desde hacía más tiempo que yo y comprendía más que yo, pero era capaz de solicitar mi ayuda con humildad. Esto era realmente una fortaleza suya, y fue un fruto que nació de su experiencia de la obra y de la palabra de Dios. No sólo no aprendí de él ni me enfoqué en poner la Palabra de Dios en práctica en mi vida, y vivir una humanidad apropiada, sino que lo menosprecié y lo desairé. ¡Yo era verdaderamente arrogante, ciego e ignorante! En ese momento mi corazón estaba en tanto dolor. Sentí que esta naturaleza arrogante que yo poseía era ciertamente vergonzosa y fea. ¡Era demasiado asquerosa! Y este tipo de arrogancia que llega al punto de carecer de toda razón, ofende fácilmente el carácter de Dios e incita Su ira. Sin cambiarme a mí mismo, sin buscar genuinamente la verdad, sólo podría haberme destruido a mí mismo. Cuando me di cuenta de todo esto, realmente sentí que el juicio y el castigo en las palabras de Dios eran realmente Su amor y salvación para mí. Esto me hizo sentir odio por mi propia naturaleza arrogante y comprendí que, en mi creencia en Dios, debía caminar por el sendero correcto de búsqueda de la verdad y de búsqueda de un cambio de carácter.
Después de que eso pasó, empecé a buscar en mí la raíz de mi arrogancia y mi falta de razón, lo que estaba guiando mi pensamiento, lo que me hacía exponer con frecuencia mi naturaleza satánica de arrogancia. Un día, vi estas palabras de Dios: “Todo lo que Satanás hace es para sí mismo. Quiere superar a Dios, liberarse de Él, ejercer el poder, y poseer todas las cosas que Dios ha creado; por consiguiente, la naturaleza del hombre es la de Satanás. […] La naturaleza satánica del hombre contiene gran cantidad de filosofía. En ocasiones, tú mismo no lo tienes claro, pero vives basándote en ello cada momento. Piensas que es muy correcto, muy razonable y que no está equivocado. La filosofía de Satanás se convierte en la verdad del hombre, y las personas viven en perfecto acuerdo con su filosofía, sin la más mínima contradicción. Por tanto, el hombre revela siempre, y en todo lugar, la naturaleza de Satanás en la vida, y siempre vive rigiéndose por una filosofía satánica. La naturaleza de Satanás es la vida del hombre” (‘Cómo tomar la senda de Pedro’ en “Registros de las pláticas de Cristo”). Al reflexionar sobre estas palabras de Dios, mi corazón se hizo cada vez más brillante, y pensé: Resulta que después de que la humanidad fuese corrompida por Satanás, nuestra naturaleza también se volvió tan arrogante, tan rebelde y sin adoración a Dios como el mismo Satanás, y perseguimos a otros considerándonos superiores y adorándonos a nosotros mismos como si fuéramos Dios. Por medio de la influencia de la sociedad y de las palabras bien conocidas de personas famosas, Satanás ha inyectado su pensamiento, su filosofía de vida y sus leyes de supervivencia en el corazón humano, convirtiéndose en algo en lo que la gente confía en su vida; estos se han arraigado en el seno de la humanidad y son difíciles de desechar. Estas filosofías y leyes son todas venenos de Satanás que están guiando el pensamiento de la humanidad, dominando las acciones del hombre y haciendo que este sea cada vez más arrogante e irracional. Reflexioné sobre el hecho de que desde que era un niño fui intimidado y discriminado y empecé a envidiar a aquellos que tenían poder y estatus. Además, las leyes satánicas de supervivencia como “Las personas luchan para ir hacia arriba, pero el agua fluye hacia abajo”, “Yo soy mi propio señor en todo el cielo y la tierra”, “Elevarse por encima de los demás” y “Es un deber honrar a tus antepasados” se habían implantado con firmeza en mi corazón desde temprana edad, dominando mi vida. Ya fuera en el mundo o en la iglesia, yo estaba haciendo todo lo posible por conseguir estatus y reputación; buscaba tener un rango más alto que los demás, estar a cargo de otros. Al estar envenenado por estas cosas, me volví cada vez más arrogante hasta el punto de que me volví pretencioso y siempre era yo quien tenía que tener la última palabra. Yo era arrogante hasta el punto de creer que había sido enviado por Dios, y pensaba que reinaría como rey junto con Dios. Debido a estos venenos, tenía una concepción muy alta de mí mismo; me consideraba algo grandioso. Siempre restregaba en la cara de los hermanos y hermanas mis calificaciones de haber sido un creyente durante mucho tiempo y comparaba mis fortalezas con las debilidades de otras personas. Denigraba y menospreciaba a los demás. Era incapaz de tratarlos de manera justa, y no tenía entendimiento de la esencia y de la verdad de la corrupción de Satanás de mí. El veneno de Satanás me había hecho tan arrogante que había perdido mi razón humana. Al igual que Satanás, yo quería agarrar el poder en todo. Quería una posición elevada para gobernar a la humanidad. ¡Estos venenos de Satanás me dañaron tan terriblemente, tan profundamente, que lo que yo estaba viviendo era completamente la semejanza de Satanás, el diablo! Oré a Dios, diciendo: “Oh Dios, ya no estoy dispuesto a seguir viviendo basándome en estas cosas. He sufrido terriblemente a causa de ellas, he vivido en una fealdad insoportable y te he asqueado. Me he convertido en Tu amargo enemigo por estas cosas, y me he convertido en un demonio que se resiste a Ti. Estoy viviendo a la manera de un enemigo. Oh Dios, estoy dispuesto a hacer todo lo posible para buscar la verdad, para convertirme en una persona apropiada que realmente tenga conciencia y razón, para vivir a la manera de una persona verdadera, para consolar Tu corazón. Oh Dios, te ruego que no apartes de mí Tu juicio y castigo, te suplico que Tu obra me purifique. Mientras que sea posible cambiarme, convertirme en una persona verdadera y ser tuyo pronto, estoy dispuesto a aceptar un juicio y una condenación aún más severos de Ti, así como el castigo de Tu disciplina”.
Un día, leí las palabras de Dios que dicen: “Dios no tiene elementos de santurronería ni importancia propia, arrogancia y altivez; no tiene elementos de ruindad. Todo lo que desobedece a Dios proviene de Satanás; Satanás es el origen de toda maldad y fealdad. La razón por la que el hombre tiene cualidades parecidas a las de Satanás es porque Satanás ha corrompido al hombre y ha obrado en él. Satanás no ha corrompido a Cristo, por lo tanto Él sólo tiene las características de Dios y ninguna de las de Satanás” (‘La esencia de Cristo es la obediencia a la voluntad del Padre celestial’ en “La Palabra manifestada en carne”). Mi corazón se estremeció una vez más. Dios es tan elevado y grande, pero tan humilde y oculto. Él nunca hace alarde de sí mismo, y Él nunca asume una posición elevada ni poderosa en Su obra entre la humanidad. Siempre está haciendo en silencio toda la obra que el hombre necesita, tolerando una enorme humillación y dolor sin verlo como una dificultad. Por el contrario, Él sufre y se entristece por la humanidad que vive bajo el dominio de Satanás y que está atada a su filosofía. Él invierte todo el esfuerzo posible solamente para salvar a la humanidad de la influencia de Satanás para que la gente pueda obtener vida, vivir libremente y sin restricciones, y pueda aceptar Sus bendiciones. Dios es tan grande, tan santo, y en Su vida no hay vestigios de santurronería ni de arrogancia, porque Cristo mismo es la verdad, el camino y la vida. Él es supremo, así como humilde y encantador. Al ver lo que Cristo tiene y es, sentí aún más lo arrogante y desvergonzado que yo era, y anhelé seguir el ejemplo de Cristo, buscar vivir a la manera de una persona apropiada para satisfacer a Dios. Después de eso, seguir el ejemplo de Cristo y vivir a la manera de una persona verdadera se convirtió en el objetivo de mi búsqueda.
Luego, hubo un tiempo en que leí un pasaje de las palabras de Dios y no pude entenderlo. Yo no sabía lo que significaba, pero por el bien de salvaguardar mi prestigio, no estaba dispuesto a echarme a un lado y buscar la comunicación con los hermanos y hermanas. Temía que me menospreciaran porque me había acostumbrado a resolver los problemas de otras personas y nunca había planteado ninguno de mis propios problemas para buscar la ayuda de los demás. Después, me di cuenta de que mi falta de voluntad para abrirme a compartir con ellos continuaba siendo el dominio de mi naturaleza arrogante y el no querer ser menospreciado por los demás. Me rebelé contra la carne para buscar la comunicación con los hermanos y hermanas. Nunca me habría imaginado que no sólo no me menospreciaron, sino que comunicaron con toda paciencia la voluntad de Dios, y mi dificultad se resolvió rápidamente. Hubo otro momento en que un hermano me pidió que entregase una carta relacionada con la obra de la iglesia. Debido a mi arrogancia y a que cumplí con esa tarea basándome en mis propias ideas, la carta no fue entregada a tiempo. Cuando vio que eso iba a retrasar la obra, este hermano se puso muy ansioso. Me trató y me expuso. En ese momento yo me sentí muy incómodo y avergonzado, pero también sabía que esto era Dios que estaba tratándome y podando aspectos de mí. Era Dios probando si yo tenía obediencia o no, y si yo era capaz o no de poner la verdad en práctica. Oré a Dios y le dije: “Oh Dios, hoy el hermano me ha tratado, me sentí incómodo. También quise resistirme a ello porque en el pasado, yo siempre estuve en una posición más alta y regañaba a los demás, y nunca me había sometido a la verdad. Siempre estuve viviendo a semejanza de Satanás. Ahora, ya he tenido bastante experiencia de la obra de Dios y entiendo que una persona que es capaz de aceptar que se le trate y pode, es la más razonable. Esta es una persona que es obediente a Dios y que tiene temor de Dios. Sólo este tipo de persona tiene la mayor personalidad y una forma humana. Ahora estoy dispuesto a abandonar mi propia carne con un corazón de amor a Dios. Espero que Tú muevas mi corazón, que perfecciones mi propósito”. Después de esta oración, sentí mucha paz y serenidad en mi corazón. Vi que lo que Dios hacía era maravilloso y que, por medio de personas, acontecimientos y cosas, Él me ayudó a reconocerme a mí mismo para que pudiera cambiar lo antes posible. De ahora en adelante, estoy dispuesto a buscar más a Dios, a confiar en Dios para cumplir mi deber lo mejor posible. Después de eso, el hermano estaba preocupado de que yo no estuviera dispuesto a aceptar todo esto, así que se comunicó conmigo en cuanto a la voluntad de Dios. Hablé sobre mi conciencia en relación con mis propias experiencias. Nos reímos de ello juntos y, desde mi corazón, di gracias por la salvación de Dios, por que Él me cambiase. ¡Toda la gloria sea a Dios!
De esta manera, a través del sucesivo juicio y castigo de Dios Todopoderoso, mi carácter arrogante fue cambiando gradualmente. Pude convertirme en una persona discreta, pude escuchar pacientemente a los demás hablar, y pude tomar en cuenta las sugerencias de otros. Pude solicitar las opiniones de los hermanos y hermanas sobre algunos temas, y colaborar armoniosamente con ellos. Surgiera lo que surgiera, ya no tenía que tener la última palabra, y ya no era tan arrogante ni me mostraba tan indispuesto a escuchar a los demás. Finalmente había obtenido un poco de humanidad. Desde entonces, siento que me he convertido en una persona mucho más sencilla. Vivo con tanta facilidad, y tan feliz. Doy gracias a Dios Todopoderoso por haberme salvado. Sin Su salvación, aún estaría luchando amargamente en medio de la oscuridad y el pecado sin poder escapar jamás de la corrupción. Sin la salvación de Dios, mi naturaleza sólo se habría vuelto cada vez más arrogante, incluso hasta el punto de obligar a la gente a adorarme como Dios, hasta el punto de ofender el carácter de Dios y de sufrir Su castigo y sin embargo ser ajeno a ello. Gracias al repetitivo juicio y castigo de Dios, vi que Su amor es tan real y que Él siempre ha usado Su amor para influir en mí, esperando a que yo cambiara por completo. Por muy rebelde que yo fuera, por muy difícil que fuese tratarme, ni cuántas quejas y malentendidos yo tuviese de Dios, Él nunca había hecho de ello un problema. Por encima de ello Él había construido meticulosamente todo tipo de entornos para llamar a mi corazón, despertar mi alma, rescatarme de la aflicción de Satanás, permitirme vivir en la luz de Dios, caminar por el verdadero sendero de la vida humana. Dios esperó pacientemente más de 20 años y pagó un precio inconmensurable por mí, sólo entonces Él despertó mi alma endurecida y adormecida. ¡Vi que el amor de Dios es verdaderamente vasto e infinito! Ahora, el juicio y el castigo de Dios se han convertido en mi tesoro; también son una preciosa fuente de riqueza de mis experiencias y algo que nunca podré olvidar. Este sufrimiento tenía valor y significado, y es algo que nunca podría intercambiarse por el poder, el estatus y la riqueza terrenales. Aunque todavía estoy muy lejos de las exigencias de Dios, busco con confianza un cambio de carácter y estoy dispuesto a experimentar con mayor profundidad los juicios y castigos de Dios. Yo creo que sin duda Él puede convertirme en una verdadera persona que puede conformarse a Su voluntad.
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