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Predicas sobre la oración – La clave para que Dios conteste a nuestras oraciones

           Predicas sobre la oración – La clave para que Dios conteste a nuestras oraciones

Hermanos y hermanas, paz para ustedes en el nombre del Señor. Hoy, confraternizaremos reflexionando acerca de la verdad con respecto a la oración. Como saben todos los creyentes en el Señor, la oración es indispensable para nosotros, Sus seguidores. Si un cristiano no ora, no merece ser llamado cristiano. A través de la oración, demostramos que tenemos fe para practicar las enseñanzas del Señor; a través de la oración, somos iluminados y guiados por Él; a través de la oración, nuestro trabajo y dedicación pueden ser conforme a Su corazón; a través de la oración, podemos salir de la debilidad una y otra vez; a través de la oración podemos tener la fuerza suficiente para tomar la cruz y beber de la copa amarga… Obviamente, toda la vida del cristiano no puede separarse de la oración. Sin embargo, muchos creyentes dicen: “¿Por qué mis oraciones no reciben la respuesta del Señor? ¿Por qué Él no escucha mis oraciones? ¿Por qué no puedo sentir su presencia en mis oraciones?…”. Si tienes la misma confusión, entonces es probable que algo esté mal con tus oraciones.

 

¿Por qué la oración de un fariseo no puede ser aprobada por el Señor?

 

En cuanto a esta pregunta, podemos encontrar la respuesta en la Biblia, que registra las oraciones de dos personas. Uno fue escuchado por el Señor mientras que el otro no fue escuchado. Creo que la mayoría de los hermanos y hermanas que están familiarizados con las Escrituras saben de qué les hablo. Entonces, primero leamos los siguientes versículos. Se dice en Lucas 18:9-14, “Y dijo también á unos que confiaban de sí como justos, y menospreciaban á los otros, esta parábola: Dos hombres subieron al templo á orar: el uno Fariseo, el otro publicano. El Fariseo, en pie, oraba consigo de esta manera: Dios, te doy gracias, que no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; Ayuno dos veces á la semana, doy diezmos de todo lo que poseo. Mas el publicano estando lejos no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que hería su pecho, diciendo: Dios, sé propició á mí pecador. Os digo que éste descendió á su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se ensalza, será humillado; y el que se humilla, será ensalzado”. De estos versículos podemos ver que Dios no aceptó la oración del fariseo, sino que aceptó la del publicano.

 

Hermanos y hermanas, ¿saben por qué la oración del fariseo no fue aprobada por el Señor, sino más bien aborrecida por él? En realidad, el Señor Jesús nos dijo la razón hace mucho tiempo. Él dijo: “Y cuando oras, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en las sinagogas, y en los cantones de las calles en pie, para ser vistos de los hombres” (Mateo 6:5). Esto muestra que las oraciones de los fariseos eran hipócritas. Cuando los fariseos se paraban en las esquinas de las calles, los transeúntes los envidiaban al escuchar las oraciones elocuentes fluir de sus bocas. Lo hacían con el propósito de exhibirse y desmerecer a los demás, ganar el elogio de otros por sus oraciones y construir intencionalmente sus buenas imágenes en los corazones de las personas. Ellos no oraban para establecer una relación adecuada con Dios, sino por mostrarse a los demás. Además, nunca se consideraban pecadores ante Dios e incluso despreciaban a otros para auto exaltarse. Justo cuando oraron, “No soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros o incluso como este publicano. Ayuno dos veces en la semana y doy los diezmos de todo lo que gano”. Así el Señor odió y condenó sus oraciones.

 

Echemos otro vistazo a cómo el publicano oró a Dios. Él dijo: “Dios, sé propicio a mí, pecador”. De sus oraciones, se puede ver que, aunque su oración fue corta, el fue verdaderamente honesto y le habló a Dios con todo su corazón. Dijo lo que estaba en su mente en lugar de hacer alarde de sí mismo. Además, pudo humillarse ante el Señor y orar a Él en la posición de un pecador. El publicano adoraba a Dios en espíritu y en verdad, y su boca y su corazón eran como uno solo. No oró en un lugar donde había mucha gente, ni prestó atención a cómo los demás lo miraban. Al contrario, le prestó atención a cómo Dios lo miró. Su propósito al orar a Dios era establecer una relación adecuada con Él en lugar de que otros lo vieran. Por lo tanto, Dios aceptó su oración.

 

 

 

¿Cómo debemos orar para obtener la aprobación del Señor?

 

El Señor Jesús nos dijo: “Mas tú, cuando oras, éntrate en tu cámara, y cerrada tu puerta, ora á tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en secreto, te recompensará en público. Y orando, no seáis prolijos, como los Gentiles; que piensan que por su parlería serán oídos” (Mateo 6:6-7). “Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Juan 4:23-24).

 

Las palabras del Señor Jesús y la comparación de la oración del fariseo con la del publicano nos permiten encontrar una manera de tener una oración apropiada y comprender la razón por la cual nuestras propias oraciones no son aprobadas por Dios. Si queremos ser escuchados y guiados por Él, debemos eliminar las oraciones vanas, las oraciones que desmerecen a los demás para elevar a nosotros mismos, las oraciones de hacer alarde de nuestras buenas acciones, las oraciones que ocultan nuestra verdadera vida, las oraciones repetitivas como teorías, las oraciones por el espectáculo, las oraciones que se llenan de mentiras y palabras exageradas y vacías, etc. Por ejemplo, a menudo decimos bonitas palabras de cuánto hemos dado y gastado al orar en las reuniones, para ser considerados como buenos creyentes por las personas que nos rodean. Esta es una oración de hipócritas. Muchas veces repetimos las mismas palabras mientras oramos al Señor. A pesar de que pasamos mucho tiempo orando, incluso podríamos olvidar lo que hemos hablado al Señor después de las oraciones. Esta oración a medias se llama cumplir los rituales. Muchas veces desarrollamos prejuicios hacia los demás, nos arrodillamos ante el Señor no para buscar Su voluntad o para entender cómo practicar Sus enseñanzas, sino para expresar nuestros problemas, quejarnos de la injusticia de los demás y decir cómo somos tolerantes con ellos. Este tipo de oración es un desprecio a los demás y una exaltación a uno mismo. Muchas veces vemos la gracia del Señor hacia nosotros, y hacemos una promesa de obedecer su voluntad para satisfacerle; sin embargo, todavía hablamos y actuamos por nuestro viejo Yo y nuestra carne cuando enfrentamos problemas. Esta es una oración para engañar a Dios con mentiras y palabras exageradas y vacías. En nuestra vida diaria, a menudo tenemos tales oraciones que no están llegando al corazón de Dios. Como resultado, Él no escucha nuestras oraciones. Si deseamos ser guiados por Él en nuestras oraciones, debemos eliminar estas oraciones que El detesta. Solo de esta manera nuestra relación con Él se volverá más verdadera.

 

De acuerdo con las palabras del Señor Jesús, sabemos que es su voluntad que nuestras oraciones hablen directamente de nuestros corazones a Él en espíritu y en verdad. Él pide nuestro corazón sincero y puro en lugar de muchas palabras o palabras bonitas. Solo esas oraciones pueden ser aprobadas por Dios.

 

Este artículo ayuda con mi gran problema. Aunque oro a Dios todos los días, hablo palabras vacías y bonitas u oro a Dios con la intención de recibir bendiciones. Entonces a menudo siento que Dios no escucha mis oraciones. Ahora, me doy cuenta de que solo aquellos que abren su corazón a Dios y lo adoran en espíritu y en verdad pueden recibir la bendición de El. Es verdaderamente muy sencillo. No tengo idea si también estás en esa situacion. Si tienes alguna otra práctica y experiencia sobre la oración, puedes dejarnos mensajes o chatear con nosotros a través de la ventana en línea en la parte inferior del sitio web. Esperamos compartir la sabiduría de Dios con más y más hermanos y hermanas, creciendo juntos en Cristo.

 

(Traducido del original en inglés al español por Ana Castro Corrales).

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