Obedecer a Dios es lo mejor: La tranquilidad de la victoria y la calma de la derrota
Ma Na (EE. UU.)
Es inevitable afrontar el éxito y el fracaso durante la vida de una persona. Hay mucha gente que es feliz cuando tiene éxito y que se siente frustrada y afligida cuando se enfrenta al fracaso. Hay incluso mucha gente que invierte todos sus esfuerzos en querer satisfacer todas sus esperanzas, pero las cosas no suelen ser como la gente quisiera que fueran. Por este motivo, muchas personas piensan que esta vida no es como ellas quieren que sea. En el pasado, también yo confiaba siempre en mi propia capacidad en el trabajo que hacía y eso no me acarreaba más que dolor por el fracaso. Pero después, al experimentar algunas cosas, en mi perspectiva se produjo una pequeña transformación: lo mejor es la tranquilidad en el éxito y la calma en el fracaso —obedecer la soberanía y los planes de Dios— y, de ese modo, también uno se puede liberar y ser libre en la vida.
Como destacaba en el ámbito de los deportes, en una ocasión participé en representación de mi colegio en un campeonato de carreras cortas en mi ciudad. Antes, cuando participaba en los deportes del colegio siempre ganaba la medalla de oro en las carreras cortas. Así pues, rebosaba confianza para esa carrera y mostraba desprecio por todos los demás como si yo fuera un gran héroe deportivo. En los entrenamientos antes de la carrera era indisciplinado y pensaba para mis adentros: Bueno, con mi talento está prácticamente garantizado que ganaré el trofeo y la carrera sólo consiste en correr, eso es todo. Pero mi madre siempre me decía: “Lo más importante no es qué puesto logras; lo más importante es aprender a confiar en Dios y ser capaz de experimentar Su obra. Encomienda todo a Dios, pues sólo obedeciendo la soberanía de Dios podrás estar en calma y liberado. Si confías en ti mismo, no cabe duda de que fracasarás”. En teoría sabía que mi madre tenía razón en lo que decía, pero dentro de mi corazón pensaba: “Dios es el único Dios verdadero que creó el universo y todo lo que hay en él. ¿Hay que molestar a Dios por un campeonato tan insignificante como este? Además, el resultado de este campeonato no es un problema en absoluto, ya que el premio es básicamente algo que tengo al alcance de la mano”.
En un abrir y cerrar de ojos llegó el día del campeonato. Entré en el estadio y vi a atletas que habían venido de diversos distritos escolares, todos ellos frotándose las manos con ilusión, dispuestos a intentarlo. Por primera vez me puse nervioso por un campeonato al ver sus equipaciones profesionales a juego y la manera ordenada y disciplinada en que hacían los movimientos de calentamiento; sobre todo cuando vi que algunos tenían una complexión claramente muy superior a la de los atletas de nuestro grupo de edad y que sólo sus piernas eran mucho más largas que las mías. Cuando me enteré de que iba a competir con ellos, en un instante desapareció sin dejar rastro mi confianza en que “Tengo fuerza para levantar montañas y el poder de sobresalir del mundo; me haré valientemente con el primer lugar y no me rendiré”, así como el “poder primitivo” que se almacenaba en mi cuerpo. Pero en ese momento ya no podía echarme atrás y sólo podía armarme de determinación y entrar en la pista. En total había ocho equipos en la carrera de 100 metros masculinos y en primera ronda sólo los dos mejores integrantes de cada equipo se clasificarían para las semifinales. Los ocho atletas con los mejores resultados acabarían compitiendo por el trofeo, por el segundo lugar y por otros premios. Me ubicaron en el grupo siete y al mirar a los otros atletas del grupo vi que todos eran de piel oscura y complexión fuerte, lo que por primera vez me hizo sentir la presión al máximo. Los primeros seis equipos ya habían terminado de correr y en breve nos tocaba saltar a la pista. Ocupé mi lugar en la pista con el corazón agitado. En ese momento me di cuenta de que al realizar los ejercicios de calentamiento todavía no había hecho estiramientos. Nervioso, rápidamente estiré algunos músculos, pero ya no tenía suficiente tiempo para prepararme, así que coloqué los pies en las marcas de salida, estiré las palmas de las manos sobre la línea y esperé la señal del juez. “Todos… en sus marcas… preparados…”. En los pocos segundos que esperamos el pistoletazo de salida parecía que hubiera transcurrido un siglo. El sol me abrasaba la piel y me dolían los dedos de sostener el cuerpo, pero lo que sentía más intensamente era el sonido de los latidos del corazón y la ansiedad imposibles de olvidar. Mi entrenador dijo una vez que la ansiedad antes de una carrera puede ayudar al rendimiento, pero a mí me parecía que este tipo de ansiedad iba a ser letal para mí. Era como si todo el mundo estuviera en calma y lo único que yo oía eran los latidos de mi corazón: “tic, tac, tic, tac…”. Por fin sonó el pistoletazo de salida e instintivamente moví piernas y brazos y me eché hacia adelante. Sin embargo, no sé por qué, un tendón del muslo izquierdo parecía estar poniéndome las cosas difíciles adrede. Notaba claramente que mi pisada carecía de esa gracia y esa agilidad que había tenido antes en la pista. Pronto percibí en mi campo de visión que dos atletas que iban a mi lado me habían sacado varios cuerpos y enseguida me inquieté. Esprinté con todas mis fuerzas pero no pude alcanzarlos. Normalmente yo era el único que adelantaba a la gente, así que ¿cómo podían superarme otros? En ese momento, la confianza que tenía antes de la carrera se derrumbó y desapareció en un instante. Echando la vista atrás, no tengo ni idea de cómo terminé de correr las pocas decenas de metros que me faltaban. Sólo recuerdo que, después de correr, inmediatamente recogí mis cosas y salí de la pista.
Como logré el tercer puesto de mi equipo, no pude pasar a competir en semifinales. Me envolvían la frustración y el desaliento y me senté solo en las gradas, perdido en mis pensamientos, recordando cada escena de cuando había entrado a la pista. Me quejé a mí mismo de por qué no me había preparado mejor y me habían ganado de ese modo. A mi vez, también culpé a Dios en lo más profundo del corazón y pensé: “¡Dios mío! Si creo en Ti, ¿por qué no he recibido ninguna atención especial de Ti? ¿Cómo me has dejado caer eliminado en primera ronda?…”. Tras sentirme decaído durante un rato, de repente pensé en lo que mi madre me había dicho aquella mañana: “El resultado no es lo más importante; lo más importante es aprender a obedecer a Dios…”. ¡Sí! Dios exige que la gente lo obedezca en su fe. Entonces mi corazón, lleno de reproches, se desvaneció en un instante y me senté en las gradas pensando: “No he ganado ninguno de los premios que en principio esperaba, así que ¿no he venido hoy aquí en vano?”. En realidad no era del todo así. Mirándolo desde otra perspectiva, poder participar en el campeonato municipal de atletismo amplió mi perspectiva y me dio más experiencia de vida. ¿No planeó Dios todo eso y no fue Dios quien imprimió color al viaje de mi vida? Más importante todavía es que esa experiencia me hizo entender el verdadero significado de la declaración de Dios: “Si te apoyas en tu conocimiento y capacidad en tus empresas, entonces siempre serás un fracaso”. ¿No es todo esto una ayuda absolutamente excepcional? ¿No es todo ello la bendición de Dios hacia mí? Así que le susurré a Dios en mi corazón: “¡Dios mío! A pesar de que este resultado de hoy ha sido contrario a mis expectativas y de que he sufrido una pequeña derrota, te sigo estando agradecido y quiero obedecerte. Sé que todo lo que planeas es bueno y me saqué de la manga malentendidos y quejas sobre Ti nada más que porque no te conozco. Me equivoqué». Pese a que no tenían forma de oración, unas pocas frases cortas, no obstante, me tranquilizaron el corazón con muchísima calma y firmeza.
Lo fantástico fue que, cuando mi corazón estuvo dispuesto a obedecer, el entorno que me rodeaba cambió también y las palabras de Dios verdaderamente dieron sus frutos: “cualquiera de todas las cosas, vivas o muertas, cambiarán, se moverán, se renovarán y desaparecerán de acuerdo con los pensamientos de Dios. Así es como Dios gobierna sobre todas las cosas” (‘Dios es la fuente de la vida del hombre’ en “La Palabra manifestada en carne”). Poco después, un estudiante pasó corriendo a mi lado y me dijo: “Ha aparecido tu nombre en el tablero de semifinales”. Simplemente no me lo creía cuando lo oí. Rápidamente me acerqué corriendo a ver los resultados. Descubrí para mi sorpresa que, de forma excepcional, había mejorado la tercera posición del equipo ¡y había entrado en las semifinales! (Luego supe que el atleta que había logrado la primera posición había participado en otra competición y lo habían descalificado para las semifinales). Tenía el corazón muy tranquilo porque me daba cuenta claramente de que Dios lo había dispuesto todo. En las siguientes carreras aprendí a buscar a Dios y a encomendarle los resultados de las mismas. Obedecí la soberanía de Dios y al final logré la quinta posición.
Los resultados del campeonato ya no eran lo más importante para mí en aquel momento. Lo importante era que, tras la experiencia, mi fe en Dios creció enormemente. Llegué a saber claramente que si una persona se ampara en su propia fuerza en las dificultades, está destinada a afrontar la derrota. La soberanía y los planes de todas las cosas están en manos de Dios. Mientras sigamos confiando en Dios y guardemos en nuestro interior un corazón que lo obedezca en todo lo que hagamos, podremos permanecer en calma y tranquilos ante el éxito y la derrota. También podremos recibir la bendición de Dios. Tal como dice la palabra de Dios: “Como las personas no reconocen las orquestaciones y la soberanía de Dios, siempre afrontan el destino desafiantemente, con una actitud rebelde, y siempre quieren desechar la autoridad y la soberanía de Dios y las cosas que el destino les tiene guardadas, esperando en vano cambiar sus circunstancias actuales y alterar su destino. Pero nunca pueden tener éxito; se ven frustrados a cada paso. Esta lucha, que tiene lugar en lo profundo del alma de uno, es dolorosa; el dolor es inolvidable; y, al mismo tiempo, uno está desperdiciando su vida. […] Pero cuando conoces realmente, cuando verdaderamente llegas a reconocer que Dios tiene soberanía sobre el destino humano, cuando entiendes realmente que todo lo que Dios ha planeado y decidido para ti es un gran beneficio, y es una gran protección, sientes que tu dolor se reduce gradualmente, y todo tu ser se queda relajado, libre, liberado” (‘Dios mismo, el único III’ en “La Palabra manifestada en carne”). Recordando cómo era yo antes y después del campeonato, cuando no conocía la soberanía de Dios y quería confiar en mi propia fuerza para luchar por la primera posición, había una disparidad entre lo que esperaba y los resultados que llegaron. El corazón me dolía de manera indescriptible; pero cuando me di cuenta de que Dios es el soberano de todo y quise obedecerlo, entendí Sus designios al tratar de averiguarlo y, asimismo, cambié de punto de vista. Ya no vivía con el dolor de perder el premio y la gloria, sino que tenía un entendimiento y una experiencia reales de la palabra de Dios gracias a esa derrota. Aprendí algo que era verdad y logré que mi corazón se relajara y liberara. Posteriormente practiqué la obediencia a Dios en muchas cuestiones y cada vez me daba más cuenta de que cuando yo mismo obedecía a Dios, aunque a veces las cosas no resultaran realmente como yo quería, seguía teniendo dentro del corazón una sensación totalmente distinta de tranquilidad y liberación. Más aun en la victoria y la derrota, probé por mí mismo la autoridad y la soberanía de Dios y vi Sus obras maravillosas. ¡Sentí con intensidad que obedecer a Dios tenía en verdad un gran valor!
La palabra de Dios Todopoderoso dice: “A todas horas Dios ejerce Su autoridad, muestra Su poder, continúa Su obra de gestión como siempre; a todas horas gobierna todas las cosas, provee para todas las cosas, orquesta todas las cosas, justo como siempre lo hizo. Nadie puede cambiar esto. Es un hecho; ¡ha sido la verdad inmutable desde tiempo inmemorial! […] Todas las cosas bajo las disposiciones y la soberanía de Dios obedecen leyes naturales y, si te decides a dejar que Dios organice y dicte todo para ti, debes aprender a esperar, a buscar y a someterte. Esta es la actitud que toda persona que quiere someterse a la autoridad de Dios debe adoptar, la cualidad básica que debe poseer toda persona que quiere aceptar la soberanía y las disposiciones de Dios” (‘Dios mismo, el único III’ en “La Palabra manifestada en carne”).
“Que puedas someterte al entorno de cada día que Dios prepara y la vida de cada día que Él te da, permitiéndole guiarte, que puedas vivir en Su presencia muy feliz y apaciblemente, permitir que Él te guíe, y ser capaz de someterte a Su soberanía. Si tienes esta clase de actitud, llegarás a ver entonces sin esfuerzo consciente que todo está bajo el mandato de Dios” (de “Una persona sólo puede vivir la vida con dignidad sometiéndose y venerando a Dios” en Registros de las pláticas de Cristo). Cuanto más he experimentado, más he aprendido que obedecer a Dios es un empeño sumamente extraordinario, mucho mejor que todas las materias del colegio. Para cualquier persona, eso es lo más digno de aprender y en lo que entrar con cautela. Sean grandes o pequeñas las cosas que una persona afronte, todas ellas están bajo la soberanía de la autoridad de Dios. Puedas o no sentirlo, Dios está con nosotros controlándolo todo. Mientras podamos tener fe en la soberanía de Dios en todo lo que afrontemos y podamos obedecer todo lo que Dios controla y planea, seremos capaces de ver que todo lo que Él planea para nosotros es para bien. Podremos hacer frente con calma a todas las personas y cosas que encaremos y vivir felices en presencia de Dios. ¡Gracias a Dios Todopoderoso! ¡Todo el honor y la gloria a Dios!
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